martes, 8 de julio de 2014

El genocidio de los creativos.












Esto parece un genocidio. Han matado al niño, pero no a un simple niño, sino que al niño interior. No sólo de mi, sino que el de muchos también...

Han sido varios años desde que comencé a estudiar una carrera que, venía con unas cuantas convicciones o posibles sueños compartidos por varios otros. Pensé poder "ser el mejor profesional del área", “tener un sueldo no solamente respetable, sino que superior al de mis pares", o incluso "ser feliz" en lo que hacia, y quizás por esto último me empeñé sobre la convicción de hacer crecer al niño interior.

Entonces paso a paso conocí la industria, algo similar a la fábrica de chocolates de Willy Wonka porque probablemente el sueño de muchos niños (interiores), es pertenecer a ella para saborear día a día de los beneficios de estar ahí. Pero no es tan sabroso como se piensa. Al menos no aquí, en donde uno se puede desenamorar. O enamorar de otra forma. 

Esta ligera manifestación, no solamente tiene algo de mí, sino que también de muchos estudiantes de varias carreras de comunicación a la hora de querer entrar en la industria. Y es que las causas para desenamorarse y matar al niño interior son varias; van desde el tema de la práctica profesional, pasando por las horas de trabajo, hasta llegar al tema del sueldo, que de seguro a todos nos aqueja.

Esperamos cosas distintas, ya que nuestra crianza lo fue. Unos imaginan las luces, los colores, y todo el glamour que el oficio conlleva, mientras que otros también podemos imaginar lo mismo, pero desde una perspectiva más libre y no tan dependiente del posible prototipo que hacemos y adquirimos con nuestros anuncios. Aun así, no es necesario ahondar en ello, ya que somos “conscientes” de todo lo que hacemos, incluso ahí cuando a nuestro “niño interior” lo mata el cliente. 

Esto es un genocidio, el genocidio de nuestra imaginación. ¡Vean ustedes quién lo mata! Porque lo hace desde el cliente hasta el billete, pasando quizás por las horas perdidas de nuestra vida sobre un escritorio, hasta las condiciones que te ponen para que despegues. O incluso aquellos conglomerados que se las pasan subsistiendo a partir de las migajas entregadas a los eternos practicantes, quedándose con lo que para nosotros, es la paga del talento. Culpables somos todos.


De cualquier manera, y pese a todo pronóstico, nadie dijo que han matado a todos los niños. Déjenlos libres para crear (y crecer).



Por Fabián Domínguez - @asfdominguez